lunes, 8 de junio de 2009

El pingüinito escritor

Hubo una vez un pingüinito bien tierno (como todos los pingüinitos) que tuvo la tarea de redactar una fábula de su propia creación con fecha límite para el lunes. El pingüinito, pensando que tendría suficiente tiempo y que la tarea no era de gran dificultad, aprovechó su semana para hacer lo que más le gustaba: leer un bestseller de pobre calidad, ir al cine a ver el último estreno hollywoodense, deslizarse de pancita por la loseta de su casa, devolver comida sobre sus muñecas bebés y preocuparse por la inmortalidad del cangrejo. De tal modo que llegó el lunes y el pingüinito no estaba listo para redactar su fábula. Para empezar, no se había cuidado las aletas, así que le sería complicado atinarle a las teclas correctas del teclado de la computadora; además no había investigado lo que era una fábula y mucho menos caído en cuenta de que la mayoría de los animales que aparecen en ellas le son desconocidos, pues ¿quién ha escuchado fábulas acerca del Polo Sur? ¡Nadie! Así, el pingüinito sólo se quedó con la idea de que una fábula debía ser fabulosa.
Entonces, con el tiempo encima, el pingüinito bien tierno (como todos los pingüinitos) se puso a improvisar su fábula. Por si la prisa y la falta de imaginación no fueran suficientes, la destreza de sus aletas no dio para mucho tampoco, así que terminó escribiendo su fábula con las patas. El producto final quedó tan terrible que lo desterraron del taller de pingüinitos creadores por falta de talento literario. El pingüinito bien tierno (como todos los pingüinitos) quedó ahora bien deprimido (como pocos pingüinitos) y decidió acabar con su vida ofreciéndose como merienda a la foca más cercana. Después de que la foca rechazó la oferta por no apetecerle los pingüinitos tiernos, deprimidos y fracasados, nuestro pingüinito recurrió a buscar otra solución para poner fin a su existencia, y pensó que tenía suficiente tiempo para encontrarla.
Moraleja: No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy.

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